Medios de comunicación y cambio climático: problema y solución
Una búsqueda en Google supone una emisión a la atmósfera de entre 0,2 y 7 gramos de dióxido de carbono, un tuit tiene una huella de 0,2g, un suscriptor promedio de Netflix genera más de 40 kg. de CO2 y una hora de videoconferencia en Zoom hasta 1 kg de CO2, entre decenas de otros ejemplos. Como medios de comunicación también está en nuestras manos contribuir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que promueve la ONU.
Información, entretenimiento, interacción, inmediatez, calidad, variedad, experiencia de usuario, personalización,… son posibilidades y propiedades que demandamos a las tecnologías y medios de comunicación y a las industrias del entretenimiento.
Cada vez están más presentes en nuestras vidas, cada vez dependemos más de ellas y cada vez son más protagonistas de la transformación del mundo en el que vivimos, más aún tras el paso del coronavirus. Y es, en este cambio tan tecnológico, donde nos encontramos con la necesidad y la conciencia global de luchar contra la huella de carbono y el impacto climático. También con una paradoja. Los mismos medios y canales por los que se propaga la necesidad y concienciación de esta lucha son, al mismo tiempo, responsables de una parte importante de las emisiones.
El problema
El cambio climático, quizá la amenaza cercana y real más importante para la Humanidad en el presente, es un hecho relativamente reciente. Apenas existían emisiones antes de la Revolución Industrial y casi se mantuvieron constantes, y mínimas, hasta mediados del siglo pasado, cuando se inició una peligrosa carrera que aún no ha encontrado su tope.
En 1950 el mundo emitió 6.000 millones de toneladas de CO2. La cantidad se había casi cuadriplicado en 1990 y, en nuestros días, rondando las 36.000 millones de toneladas, las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero aumentan sin cesar marcando continuamente máximos históricos, tal como se recoge en el último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).
Existen algunos indicios de que el aumento de las emisiones mundiales se está ralentizando en los países que pertenecen a la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), pero están acelerándose en los países que no pertenecen a la misma. El principal emisor ha sido y es EE.UU., responsable del 25% de las emisiones acumuladas, con unos 400.000 millones de toneladas desde 1751. El segundo mayor contribuyente es China, con la mitad de toneladas, y el tercer lugar lo ocupa la Unión Europea que, en el conjunto de sus países, representa el 22% de la huella de carbono.
Il sector energético es el principal emisor global, con un 73,2% del total. El más contaminante es el transporte por carretera, que contribuye con un 11,9% por el uso de combustibles derivados del petróleo en coches, camiones, motos, autobuses…
La industria de los medios y del entretenimiento tiene un notorio impacto y, aunque parezca sorprendente, supera al del tan señalado y criticado transporte aéreo. La suma de la operación de los estudios o las grabaciones en exterior, los desplazamientos, el consumo energético, los servidores, la climatización de instalaciones, las emisiones o los streamings, la producción remota, el trabajo en redes o en la nube, etc. suponen una enorme y costosa huella medioambiental, económica y reputacional.
Il consumo del sector mundial de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación), incluidos el entretenimiento y los medios, se estima entre el 5 % y el 9 % del uso total de la electricidad mientras que Internet, por sí mismo, consume ya tres veces más que toda la energía “verde” producida globalmente.
Los centros de datos, grandes instalaciones que contienen los equipos para almacenar, mantener y transmitir información a través de Internet, superan los nueve millones de en todo el mundo y su número sigue aumentando. La alta demanda de energía que consumen se traduce en una factura del 1% del gasto global o de un 2% en el caso de Estados Unidos. Y es que cada “like”, video que vemos, foto que almacenamos en la nube o correo electrónico que enviamos, por poner alguna de las muchas posibilidades del mundo digital y virtual, deja una pequeña huella que, multiplicada por los miles de millones de usuarios y dispositivos en el planeta que habitamos, arroja un resultado alarmante en forma de gran huella ecológica y gasto energético.
Una búsqueda en Google supone una emisión a la atmósfera de entre 0,2 y 7 gramos de dióxido de carbono, un tuit tiene una huella de 0,2g, un suscriptor promedio de Netflix genera más de 40 kg. de CO2 y una hora de videoconferencia en Zoom hasta 1 kg de CO2, entre decenas de otros ejemplos.
Según Greenpeace, todo este tráfico digital equivale al 7 % del consumo de electricidad mundial y al 2 % de las emisiones globales de efecto invernadero. Esta cifra aumenta hasta el 3,7% de las emisiones mundiales si añadimos los aparatos y sistemas para consumir contenidos y la previsión, para 2025, es que esta huella duplique su tamaño.
Visionar videos es, de momento, el mayor contaminador con un impacto del 1% de las emisiones mundiales, el equivalente a las de España en un año. De todo este tráfico destacan la pornografía, que contamina lo mismo que los servicios de video bajo demanda (como Netflix y HBO) o el total de Bélgica en un año, o casos como los siete mil quinientos millones de reproducciones en Youtube del éxito “Despacito”. Sus emisiones podrían superar las 400.000 toneladas de dióxido de carbono y la suma -de gasto eléctrico- de varios países pequeños.
En 2040 la previsión es que la huella que deje el sector tecnológico y de medios sea de un 14%, cantidad que podría reducirse si la Unión Internacional de Telecomunicaciones de la ONU logra que el sector cumpla el objetivo de reducir sus emisiones en un 45% durante la próxima década. De momento, las economías mundiales siguen enfrentándose a los estragos de la pandemia del COVID-19 y a una tormenta perfecta, una altísima demanda productiva internacional condicionada por los precios récord de la energía, la dependencia de combustibles fósiles o la escasez de energías limpias. Un argumento de peso para descarbonizar.
El impacto de la “pisada”
La huella de carbono, término derivado del concepto de huella ecológica desarrollado por William E. Rees y Mathis Wackernagel en la década de 1990, nace como un modelo para cuantificar y generar un indicador del impacto que una actividad, o un proceso, tiene sobre el cambio climático, más allá de los grandes emisores, y se define como el “conjunto de emisiones de gases de efecto invernadero producidas, directa o indirectamente, por personas, organizaciones, productos, acontecimientos o regiones geográficas, en términos de CO2 equivalente, y sirve como una herramienta de gestión para conocer las conductas o acciones que están contribuyendo a aumentar nuestras emisiones, cómo podemos mejorarlas y realizar un uso más eficiente de los recursos”.
A día de hoy, con varios acuerdos internacionales ya ratificados, no hay una solución única o simple para remediar y frenar el cambio climático o para alcanzar, en poco tiempo, emisiones netas “Cero”. Es necesario aplicar innovaciones en múltiples sectores y no pensar tan solo en acciones aisladas. Son múltiples las organizaciones que tienen ya, como prioridad estratégica y de imagen de marca, la reducción de su huella de carbono para rebajar el impacto en lo que conocemos como “Emergencia Climática”o para sumarse a los 17 objetivos de desarrollo sostenible propuestos por la ONU en 2015 y a los que se comprometieron 193 países. Los objetivos persiguen la igualdad entre las personas, proteger el planeta y asegurar la prosperidad y tienen al cambio climático como uno de los fines específicos, el 13º, pero también como una necesidad o clave para que puedan realizarse los demás, como la seguridad alimentaria, la salud, el agua, reducir las desigualdades, etc.
Pero las omnipresentes industrias de la información y el entretenimiento, cuyo negocio global es de billones de euros y cuyo crecimiento es continuo desde hace décadas, pese a ser muy tecnológicas o digitales son, al mismo tiempo, muy convencionales y analógicas en sus procesos de creación, producción, difusión,… por lo que mantener la actividad y lograr cumplir con los objetivos fijados de “emisiones cero” en las próximas décadas parece una meta complicada, pero no imposible.
La solución. Como instituciones
La metodología para reducir la huella medioambiental es sencilla, con tres pasos muy definidos: medir las emisiones para entenderlas, compensarlas por medios reconocidos oficialmente y reducirlas de manera efectiva y certificada. El papel de los medios también: informar con rigor, sin alarmismos y, de ser considerado necesario, concienciar sobre la situación y acciones posibles para reducir nuestro impacto incrementando la cantidad y calidad de la información.
Como instituciones es recomendable alinearse con las políticas o, al menos, seguir las instrucciones de organismos como Naciones Unidas, la Unión Europea o nuestro Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Apoyarse en la experiencia y consejos de plataformas como enerTIC.org, en la que sus empresas asociadas impulsan la eficiencia energética y sostenibilidad en los procesos de transformación, digitalización o innovación. Participar en foros como el de Medios de Comunicación Responsables (The Responsible Media Forum), una asociación formada por 25 grandes medios internacionales de comunicación públicos y privados cuyo objetivo es identificar y actuar sobre los retos sociales y medioambientales a los que se enfrenta el sector. Colaborar en iniciativas como el Carbon Disclosure Project o The Climate Pledge, en programas como el Climate Neutral Now de la ONU o sumarse, con compromiso, a los objetivos planteados en la Agenda 2030.
Un ejemplo, en España, es el convenio firmado por cerca de veinte empresas y entidades públicas con la Secretaría de Estado para la Agenda 2030 para colaborar y desarrollar iniciativas, estudios, programas, medidas y acciones que avancen en el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
RTVE, que lo ha suscrito, participará en el intercambio de buenas prácticas en la implementación de los ODS y sus metas; la alineación de la Estrategia general del Gobierno con los modelos de negocio de las empresas y entidades públicas estatales en materia de ODS y Agenda 2030; en proyectos conjuntos relacionados con ODS, incluyendo certificaciones de bienes y servicios; en el intercambio de comunicación e informes, con acciones formativas sobre los ODS y en otras acciones relacionadas con la implementación de la Agenda 2030.
Contar con una estrategia climática con base científica, transparente, realista y comprometida, en la que aparezcan hitos y propósitos para alcanzar las cero emisiones o llegar a ser una compañía negativa en emisiones de carbono en el año 2030, como la reducción o eliminación de gases de efecto invernadero de rango 1 (emisiones directas procedentes de la quema de combustibles fósiles), 2 (emisiones indirectas procedentes del uso de la electricidad) y 3 (todas las demás emisiones indirectas, habitualmente las que tienen el mayor impacto). Este texto debe ser revisable, en objetivos y compromisos, según cambien las condiciones y marco normativo con el paso de los años.
Incorporar prácticas de Responsabilidad Social Corporativa. No es una cuestión solo de imagen o prestigio. La sostenibilidad es rentable y se estima que lograr los retos de la Agenda 2030 podría generar miles de millones de dólares en oportunidades y millones de empleos globales hasta 2030.
Desarrollar una guía con procedimientos, métodos y prácticas viables, como la comunicación de los objetivos de sostenibilidad, que sea conocida por el personal propio y por el de terceras empresas que presten servicio.
Contar con un departamento multidisciplinar con personal dedicado específicamente a los objetivos planteados.
Implicar y formar a los empleados, incluso creando la figura de “embajadores verdes” que informen y den ejemplo o pautas tanto dentro como fueras de las empresas.
La solución. Como empresas
Pour medir la huella existen múltiples opciones, desde generar un instrumento propio adaptado a nuestra actividad y que cumpla con los criterios establecidos, a ser auditados por terceros o contratar los servicios de herramientas reconocidas que, además de cumplir su función de calcular el impacto global de la producción, aportan un extra de garantía e imagen institucional. De estas últimas existen en el mercado múltiples ejemplos, nacionales o extranjeros, y son habituales ya en numerosos medios de comunicación, entre los que destacan los anglosajones y nórdicos, como las grandes cadenas y productoras estadounidenses o las británicas BBC e ITV.
Hacer un mapa de la huella de carbono de servicios como la radiodifusión o el streaming, por ejemplo, es muy difícil porque todos los sistemas tecnológicos que participan son variados, enormemente complejos y cambian constantemente. Los contenidos son creados, editados y viajan por distintos medios y redes de distribución, atraviesan centros de datos e infraestructuras digitales hasta llegar a los dispositivos de los usuarios. En este trayecto lo normal es que estén involucradas distintas empresas prestatarias de servicios.
Con las herramientas de medición se reduce la complejidad del cálculo de las emisiones de carbono, integrando y agregando toda la cadena de componentes o actividades desde la producción hasta la recepción y consumo de los usuarios en sus distintos dispositivos. Un uso habitual en la actividad cotidiana permite gestionar la medición, compensación y reducción de la huella y favorece que las empresas e industrias sean más sostenibles al contar con datos con los que plantear estrategias, retos y objetivos con los que reducir el impacto medioambiental de sus operaciones y mejorar su rendimiento económico y social a largo plazo.
Eficiencia energética. Identificar los “puntos calientes” de nuestro uso de la energía, localizando las áreas en las que puede haber pérdida o desperdicio y en las que es posible actuar para tener un impacto más positivo. Contratar el suministro a productoras o distribuidoras “verdes” cuya energía provenga de fuentes limpias. Autoabastecimiento energético y compensación de parte del consumo instalando paneles solares. Reducción de los costes en edificios, iluminación, etc. empleando domótica inteligente y sistemas más eficientes. Sustituir las flotas de vehículos con motores térmicos por otros no contaminantes. Incentivar y promover el transporte más sostenible de los empleados y facilitar el cambio a vehículos verdes y el acceso a instalaciones de recarga en las sedes. Solicitar a las empresas prestatarias de servicios de transporte que prioricen, o sea obligatorio por contrato, el uso de flotas de vehículos que no utilicen combustibles convencionales. Por tener una referencia, se estima que los vehículos híbridos pueden reducir las emisiones de carbono relacionadas con el transporte en un 50%.
Aplicar nuevas tecnologías, como el 5G, la Inteligencia Artificial o los “algoritmos verdes”, que optimicen nuestro trabajo, consumos, eficiencia, redes y transmisiones, dispositivos, etc.
Trabajar con tecnologías de baja emisión de carbono, introducir metodologías que reduzcan el impacto medioambiental y aplicar prácticas sostenibles en la preproducción, rodaje, directos, postproducción, etc. para lograr la certificación de “sostenible” o “verde”.
Gestionar eficazmente los residuos y el agua. Participar en programas de reciclaje o sociales de alimentos, mobiliario, ropa, decorados, etc. en los que la comida y los materiales sobrantes son donados a personas necesitadas, se reciclan o se queman para generar electricidad. Sustituir el agua embotellada por fuentes y botellas reutilizables con el objetivo de eliminar residuos plásticos.
Contratar empresas reconocidas como “sostenibles” y que, en lo posible, sean de “cercanía” para reducir el impacto del transporte.
Reutilizar, en todo lo que sea viable, materiales reciclables para la construcción de estudios o decorados. Mantener y reutilizar los que ya han tenido uso.
Promover políticas de “sobriedad digital” tanto en la creación como en el consumo de productos y servicios. Incentivar el menor consumo de recursos, como guardar lo necesario en los servidores o la nube, no enviar mensajes innecesarios, ajustar la calidad de los videos o ejecutar tareas en momentos de baja demanda de energía y actividad.
Adaptar o modificar modelos empresariales con el apoyo de las tecnologías disponibles para transformar estructuras o modos de trabajar permitiendo la deslocalización, los horarios flexibles, el teletrabajo o el trabajo colaborativo.
Evitar los contenidos que hayan sido pagados, patrocinados o calificados como “Branded Content” o la publicidad de empresas consideradas como “contaminantes”.
La solución. Como medios de comunicación
En todo el mundo los ciudadanos, los gobiernos, las instituciones y las empresas se están movilizando para reducir las emisiones y dar respuesta a los Objetivos de Desarrollo Sostenible planteados en la Agenda 2030 de la ONU. Como medios de comunicación, cumplir con la misión de informar y divulgar es fundamental. La responsabilidad social es considerable al ser fuente de conocimiento y certeza de una gran parte de la ciudadanía.
Una aproximación la encontramos en el Decálogo de la Comunicación del Cambio Climático en España presentado en 2018 por la Fundación Ecología y Desarrollo (Ecodes), con el apoyo de la European Climate Change Foundation, un texto al que ya se han sumado decenas de medios de comunicación en España.
Sus recomendaciones son:
- Promover la frecuencia y la continuidad de información sobre cambio climático de calidad.
- Incidir no sólo en los impactos del cambio climático sino también en las causas y las soluciones.
- Propiciar un enfoque del problema desde el punto de vista de la justicia climática.
- Conectar el fenómeno del cambio climático con realidades cercanas en el espacio y tiempo para demostrar que el cambio climático no es futuro sino presente.
- Difundir las iniciativas emprendidas o lideradas por la ciudadanía.
- Defender un periodismo crítico e independiente.
- Divulgar la investigación científica en torno al cambio climático.
- Popularizar la terminología específica necesaria para la comprensión del fenómeno.
- Conectar el cambio climático con los fenómenos meteorológicos extremos.
- Redacciones especializadas.
Tenemos capacidades sobradas para crear contenidos y formatos específicos con criterios científicos, que sean informativos sin dejar de ser entretenidos, para ser un altavoz social de los ODS o para buscar fórmulas de colaboración e intercambio de experiencias y conocimientos que permitan la descarbonización de nuestro sector.
Podemos contar también con la experiencia, los recursos y fortaleza que nos da participar en grupos multilaterales o en asociaciones internacionales, como es, en el caso de RTVE, ser miembro de EBU/UER, en la que la producción ecológica y los enfoques más sostenibles se están convirtiendo rápidamente en una forma de trabajar “habitual”.
Y, sobre todo, tenemos la oportunidad para liderar la transformación medioambiental que, queramos o no, van a tener que pasar las industrias de los medios, del entretenimiento y las tecnologías de comunicación, y para ser ejemplares ante nuestras sociedades, a las que nos debemos. La meta, en 2030.
David Corral
Innovación RTVE
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