El Festival de Cine de Madrid-PNR premia la soledad de posguerra de ‘Ori’
Límites: primera persona, ja Qué divertido, primer y segundo premio, respectivamente, en la sección oficial de cortometrajes. La clausura del Festival de Cine de Madrid-PNR fue el broche de oro para una edición, la 19ª, que ha mostrado el mejor y más innovador cine en todo tipo de formatos, incluyendo largos por vez primera en su sección oficial.
El drama sobre la soledad de una Georgia que acaba de atravesar las penurias de un conflicto armado ha cautivado al jurado oficial de la 19ª edición del Festival de Cine de Madrid organizado por la Plataforma de Nuevos Realizadores. El jurado, compuesto por Raúl Alda, Mónica Laguna y Manuel Martín Cuenca, otorgó el primer premio, dotado con 7.000 euros, a la película Ori de Miguel Ángel Jiménez, que recogió el premio en la gala que puso punto y final a una intensa semana de cine. Con un “muchas gracias, estamos muy contentos, llamaré a mis amigos georgianos para decírselo” el director recogió un galardón que, en la unánime opinión del respetable, fue ampliamente merecido.
Además, el jurado quiso hacer una mención especial al actor Andrés Gertrudix, por su sensibilidad a la hora de crear su personaje en la película El idioma imposible. Rodrigo Rodero, el director, recogió el premio en su nombre y quiso agradecer “a toda la gente del festival y el público, porque la sala estaba llena. Andrés hace un trabajo impresionante, muy arriesgado y con mucha valentía, y me alegro que haya sido premiado; se lo merece”.
Los premios, que iban acompañados de un grabado de la artista asturiana Alicia Jiménez, se sucedieron durante toda la gala. El primer premio de la sección oficial de cortometrajes, dotado con 3.000 euros, fue para Límites: primera persona, de León Simiani, una historia sobre una ruptura y el intento de reconciliación a través del cine. Samuel Martínez, productor del corto, recogió el premio: “León está montando una película que estamos haciendo y quiero dar las gracias en su nombre. Muchas gracias al jurado por premiar este trabajo, muy valiente, contando una historia personal difícil de exponer y muy personal.”
El segundo premio de la sección oficial de cortometrajes, dotado con 1.500 euros, fue para Qué divertido, de Natalia Mateo, una historia de un padre y un hijo que, en la realidad, lo es de la más misma directora. En su dedicatoria no se pudo olvidar de él: “estoy muy agradecida al festival. Es el primer corto que dirijo sola, estaba muy asustada y nerviosa y ahora mismo sigo así” y mientras dedicaba una mirada a su hijo añadió: “cariño, esto es de los dos”.
El premio de la sección oficial PNR fue para Todos los trenes van a parís, del director Carlos Ceacero. El premio lo recogió la actriz del corto Irene Aguilar: “para una persona que empieza en algo que le gusta, que es su primer proyecto y que es premiado es algo my emocionante y que agradezco muchísimo. Me voy a poner a llorar y no sé si me apetece… Es un corto que se hizo con muchísimo cariño y entrega”.
El premio del público, dotado con 1000 euros, fue para Hueles a Fudrón, de Jesús Monroy, que se mostró encantado de haber contado con el favor de la platea: “gracias al FCM, a la plataforma por proyectarnos todos los meses aquí y en la filmoteca. Gracias a este festival que es diferente y necesario, y muchas gracias por el honor de proyectar nuestro trabajo con todos los largos y cortos y también con los trabajos de Luciano Berriatúa”.
El festival tocaba ya a su fin, despidiéndose hasta el año que viene y preparando desde ya una edición que promete ser incluso más ambiciosa que la de este año. José Fernández, presidente de la PNR, cerró una emotiva gala de clausura reiterando su apuesta por todo tipo de formatos: “hace dos años pensamos si era conveniente hacer un giro admitiendo largometrajes, y vimos que tenía sentido ya que había un territorio muy grande que aún no habíamos explorado, pero en el que estaban metidos muchos de nuestro socios. Pensamos que no teníamos que acercarnos con temor o solemnidad. Creo que ha merecido la pena; los cortos seguirán siendo igual de importantes, no los hemos dejado”.
Fueron las últimas palabras de una ceremonia que se cerró con la proyección de los trabajos ganadores. Después, organizadores, público y artistas disfrutaron de una fiesta de clausura en el café Galdós que se prolongó hasta la madrugada. Fue el broche de oro para una edición, la 19ª, que ha mostrado el mejor y más innovador cine en todo tipo de formatos.
“Al corto se le pide que sea humilde”
Nacho Vigalondo, Juan Ignacio Cabrera, Charlie Planet y Mario Tardón debaten el futuro de los cortometrajes en la nueva era digital.
El director Nacho Vigalondo, el director de fotografía Charlie Planet y el supervisor de efectos visuales Juan Ignacio Cabrera, participaron este jueves en una mesa moderada por Mario Tardón en el marco de los encuentros entre profesionales y público que con motivo del Fetsival de Cine de Madrid se han celebrado en el Café Galdós.
Vigalondo, que está a punto de presentar su último trabajo, Extraterrestre, fue el primero en abrir el debate: “Mi experiencia como cortometrajista del siglo XXI no creo que sea representativa, yo puedo hablar del siglo pasado cuando el corto era un universo muy polarizado entre lo que entendemos por video y cine. Había mucho romanticismo a veces bien orientado y a veces no. Ahora puedo percibir que eso está desapareciendo, ya no existe ese escalón y reconozco que no estoy tan cerca del corto como antes pero sí que considero que es muy estimulante esta transición que se está produciendo, que se concreta en la eliminación de la transición del vídeo al cine”.
A pesar de que las limitaciones técnicas sean cada vez menores, lo importante es saber qué quieres transmitir: “el talento es lo que lo delimita todo. Hay un arma de doble filo y es que hacer cine es caro y complicado. Eso le añade mucha falsedad, porque ¿por qué puedo hacer yo una peli y el del lado no? Lo ideal que el cine fuese como la literatura. El ritual por otro lado creo que es lo que permite que el cine sobreviva, si no muere es porque sigue esa especie de alimento de los dioses”.
Charlie ahondó en la brecha que hay entre el vídeo y el celuloide: “sigue siendo una cosa de otro nivel cuando al fin y al cabo lo que importa es la historia y los actores. Hay muchos ejemplos de películas de muy alto nivel que no llaman la atención… está claro que lo más importante es tener algo que contar y unos personajes muy claros en tu cabeza”
Sin embargo, Vigalondo cree que en el cortometraje no es tan determinante el presupuesto: “en un largo un gran presupuesto es valor añadido, si no hemos visto una peli cara en un mes queremos verla. Pero en el corto creo que no existe ese premio, creo que los cortos con mas producción nunca tienen reconocimiento. Al corto le pedimos que sea humilde”
“Hay unos términos muy populares ahora, como el cine de guerrilla, en los que se parte de una concepción errónea y se piensa que el bajo presupuesto empieza ante la producción, no ante el guión. Creo que amontonar una serie de trucos para maquillarlo es un error. Un corto de bajo presupuesto sólo se puede hacer si desde el guión eres consciente de todo lo que tienes y lo que no tienes. Ante la falta de dinero puedes apostar por el preciosismo o la crudeza, que tiene un valor añadido”.
Juan Ignacio Cabrera también apuesta por la simplicidad en la ejecución: “si tienes una buena historia no necesitas tanta parafernalia para llevarlo a cabo, en cambio con una historia mediocre sí lo necesitas. No se puede confundir capacidad con presupuesto y tiempo. El ordenador es una herramienta. Se dice mucho esa frase de “esto lo arreglamos en postpo” y eso es un error porque lo que tarda cuatro horas en un lado puede tardar cuarenta en otro. Hay una doble moral de decantarse por el cine de guerrilla porque no hay pasta y luego querer una fotografía preciosista. Eso no puede ser”.
Vigalondo matiza: “no hay que enamorarse de un plano nunca, eso es muy peligroso. Como director debes entender el esfuerzo de postproducción como algo fijo. Si tenemos un plano con una calle vacía, es mejor buscarla que intentar arreglarlo en postpodrucción. No es la Gran Vía a lo abre los ojos, pero si saco un plano de la Gran Vía vacía ya no hay nadie que se asombre. Eso ya aparece en los anuncios de coches y lavadoras. Si la vacío es por necesidades del guión, no por espectacularidad”.
“Se sigue pensando que el vídeo es barato y el cine caro, y que por eso en vídeo pues hacer cuarenta tomas con el actor y machacarle”, apunta Charlie. “Si estamos en unas condiciones profesionales mínimas, con gente cobrando, la jornada es lo mismo, a pesar de las facilidades de los medios digitales. No creo que el digital, a no ser que estemos en unas situaciones de locuras, te permita repetir mil tomas.”
Vigalondo también comparte la opinión de su colega: “la materia prima con la que trabajo no es el celuloide ni el disco duro, si no el tiempo de la gente, el tiempo en el que tenemos un bar, una calle cortada… Esa mitología de que en video tienes que tirar mil tomas y en celuloide tiene que ir al dedillo no es así”.
“Estas discusiones son remakes de las que había en el 98, con la nueva posibilidad de la cámara de entonces. No es un debate nuevo, y poco a poco aprendemos que es muy complejo definir un proyecto cinematográfico que plantee algo nuevo y que genere un interés por sí mismo. Todas las decisiones previas son de tal complejidad y es tan difícil que a partir de ahí todo lo demás son detalles. Lo que no se democratizará jamás es hacer cine. Rodar un largometraje es una odisea”.
Aunque, según Juan Ignacio “se ha vuelto a poner de moda el hacer cortos, la gente que hace cortos ya no es elite si no gente que mola, y al sentirlo más cercano se le pierde más el miedo”, Vigalondo cree que se está perdiendo el escalón del cortometraje como paso previo al largo: “el corto tiene una dimensión que se justifica a sí misma pero en ocasiones es un paso previo al largo. Hay un tapón que hace que el cortometrajista actualmente no pase al largo. Antes había una constante de nombres que luego pasaban a otros campos pero ahora la cosa está mucho más jodida, no hay tanta renovación.
Y matiza con sorpresa: “yo nunca he tenido mejor calidad de vida que como cortometrajista. Tampoco tiene que ser el corto del año, si no un corto que va bien, con selecciones, menciones, premios, y haces la cuenta y ves que al mes no está mal. Cuando firmas una película te llega dinero de golpe pero cuando echas cuentas dices ¿pero qué broma es esta? De hacer largos no se vive, por eso estamos todos haciendo guiones, cursos, trabajando en televisión…”
Formatos de proyección
Los formatos de proyección también están pasando por fuertes renovaciones: “el 3D está forzando a la gente a pasar a proyectores digitales, y abrir nuevos campos de proyección y que no todo sea en 35 mm de un modo obligado como ocurre actualmente. Eso dará libertad más adelante para que el que ruede en 35 lo haga por un motivo puntual, narrativo, y no como capricho por romanticismo”.
Vigalondo cree que Internet abrirá las puertas a un cambio que aún no se puede atisbar en su totalidad: “antes un corto de éxito se veía en museos, universidades y ahora ya ves… sales con tu peliculilla fuera de España y te contratan porque hay un tío que te ha visto por youtube. Es una transición brutal que no percibiremos hasta que hayan pasado unos años”.
El público no permanece ajeno a estos cambios: “el espectador ha dejado de lado el ceremonial que antes tenía el cine. Antes veías la película como quién contemplaba algo único, sabiendo que la volverías a ver alguna vez en televisión, pero como algo absolutamente lejano. Todo eso se ha perdido, para bien o para mal.”
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